Tejida la vista
por la urdimbre
de tus ojos negros,
sobre la ocre tez alfar, tu cuerpo…
Oro que cruje por grietas y poros,
y lloran sus sombras la luz,
luz que lame los cipreses
que te nacen bajo los pies.
Cada ángulo
se esconde y aparece
abriendo el cielo,
un azul profundo, despejado y roto.
Roto el momento por el instante,
que en silencio
emerge de la sin voz,
un concierto visual que embriaga la mirada.
Sólo tú podrías ser
quien abre el destino
y embruja la noche
desde el dormitado día que se apaga…
Alhambra.
Ivonne Sánchez Barea
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