“Un viaje al
realismo Mágico”
Plaza de la Trinidad, Getsemaní, Cartagena de
Indias,
15 de agosto de 2014
Eran
las seis horas de la tarde en Getsemaní. El antiguo barrio Cartagenero, con
sabor Andaluz y Caribeño bullía con la puesta de sol. La ciudad con
reminiscencias coloniales, actualmente tesoro de la Unesco, la cual aún
conserva ese solariego encanto de los viejos tiempos, de antiguos comerciantes,
de piratas, de tesoros y de mercado de gran puerto.
Convocada
desde Mayo, para representar a España en el XII Parlamento de Escritores y vestida
con un velo de mariposas, posé mi envergadura en la isla de ese mar, que se
adentra desde el océano, en la Plaza de la Trinidad, hoy de la Libertad.
Los
balcones estaban iluminados por la historia de los años, adornando como un
marco, la Plaza de la Iglesia de la Santísima Trinidad fundada en 1643, un
siglo después de su fundación de manos la congregación de los hermanos del
convento Franciscano, en 1555. Por entonces, cuando se trazaron y extendieron
las primeras calles, desde los arrabales hasta la media luna. Describe el correspondiente
texto en el registro; “el arrabal se
divide en dos manzanas y contiene 5490
almas”. ( En realidad Cájar, en Granada, es aún más pequeño hoy en día de
lo que fue hace 400 años, Getsemaní).
Allí,
se congregó el público del barrio; llegamos los poetas montados en un tren de
taxis, haciendo caminos sobre el orbe de cemento. Desde distintas tierras
europeas, americanas, latinas y colombianas nos habíamos desplazado a fin de
parlamentar.
En
la antesala del recital engalanado, las banderas ondeaban con el viento del
Caribe, y un perro de esos, que no es de nadie y es de todos, con ladridos
atrompetados dio la bienvenida, a locales y foráneos.
Sobre
la fachada de la Iglesia, un baile de sombras. Eran las palmas meciéndose con
el tibio aire vespertino. El grandioso telón, con su juego de luces y tinieblas, hacían sus reverencias
con las ramas, festejando la primera batalla de la libertad. Las estatuas así
representan el acto ocurrido el (11-11 1811).
La
música invade la plaza. El aire, con un dulce olor a frito, a miel tostada y
caramelo, fruta fresca, perfumaban las esquinas, dándole la espalda a la puerta
consagrada del templo.
Un
mendigo, algo sucio y harapiento, con andares de ebrio y loco, se acercó a
comprobar que los altavoces sonarán desde las enormes cajas negras. Os aseguro,
se emitían sobrados notas en decibelios.
Los
niños en primera fila, peinados con sus trenzas, tamboreaban sus pies sobre el
resquebrajado suelo. Un inquieto balanceo de chanclas, invocaban los espíritus,
por allí, corría un aire de musas, que se enlazaba a la brisa que allí todo lo
envuelve.
Si
el mundo quedara sordo en ese instante, se escucharían sólo las hojas de palma
en su danza de ramas, o tan sólo el vuelo
del silencio, pero en la mágica realidad, esto nunca sucede.
Un
azabache pájaro gigante, con sutiles colores, entre azules, violetas y verdes,
se aposta rígido, estático en el mural de la fachada izquierda según se sale de
la Iglesia. “María Mulata”, llaman así a estas aves carroñeras. Nada es en
realidad lo que parece, el avecilla, no
es ni uro, ni gallo, ni pavo, ni papa
gallo. Es un pájaro chico y pescador. Su presencia cacarea detrás de las estatuas diciendo, -
¡Eh! - Aquí estoy, amigo.
La
triada de estatuas de bronce, de pie ante la plaza, reciben el convite, de
versos y palabras. Las murallas coralinas, rodean la isla y el barrio
doblemente, adentro están los secretos, de los espíritus de aquellos viejos
esclavos y mártires, desde el baluarte hasta Santo Domingo.
Cuatro
escalones de piedras talladas, separaban el atrio, la mesa vestida de blanco,
tal como yo, esa noche mágica, en la engalanada nocturnidad llena de
surrealismo.
Mientras
la luna se mengua, y sólo queda su cuna colgada en el cielo, pintada y
estampada en las estrellas y los luceros. Un hechizo de luces, y todos los
agujeros que la noche nos iba abriendo un teatro real de un pueblo. Se empezó a
conjugar el tiempo, dando espacio al cosmos, allí creado entre los cielos
nuevos los otros campos abiertos.
Se
hizo el silencio en el alboroto. Se iniciaba la velada, empezaba la Gala.
Getsemaní, en silencio escucha versos. Getsemaní; ¡No es precisamente silencio
y estaba escuchando!. La Iglesia hoy justifica su nombre y su fachada, vestida
de oro. Es parte del trance y del cuento.
En
medio de los versos, llegó un hombre muy trajeado de novio, Ya entrado en años
siguió su periplo, en impoluto gesto.
Poco después las madrinas, unas blancas hadas con altos tacones. La torre de la iglesia tenía abiertos sus tres
ojos. El milagro trinitario se hacia palpable ese quince de agosto, el pueblo,
la boda y un recital… eventos que sucedieron
todos a la vez.
Imaginaros
ahora, adentro sucede la boda entre dos seres que se aman. Afuera, otra boda
entre la poesía y el público. Y entre tanto la vida de la plaza sigue su curso,
se celebrarían tres escenas a la vez, en dos actos paralelos. Estos en el mismo
contexto, apenas se dividen levemente por unas puertas que se abren y se
cierran, pero el sonido de dentro se mezclaba con el de fuera, y viceversa.
Una
boda blanca en medio del recital. Los Novios, ambos con caras de cumplir años y
sueños, iban elegantes, muy bien arreglados para su especial enlace. Se abrieron
las dos grandes hojas del templo, y sonaba la marcha nupcial. Afuera poemas;
versos eróticos, hablaban de universos carnales
y las palabras del Parlamento brotaban como un manantial, regando la
plaza y el viento.
Me
nombraron y subí los cuatro escalones recios. Envuelta de mariposas, me elevé, y estirando
la enroscada lengua, pronuncié mí voz en el canto de la nana, a la nana
de la luna negra, una nana a los niños de las guerras.
Se
abrió el cascarón y ya oscura la noche, el Cristo recibió a la novia con sus
ensangrentados brazos abiertos en cruz.
Olía
a coco y azahar, a rosas y nardos. El carrito de los helados zumbaba sus campanilla,
como si fuera el monaguillo de la plaza, Sonaban; tilín, tilín. Continuó el
recital, la ceremonia nupcial, y la bulliciosa vida frente a la parroquia,
junto a los parroquianos con los vecinos, con las habitantes del barrio. Absortos, miramos y escuchamos, como esa magia
era y es una realidad tangible, más propicia de darse, en las historias de
Gabriel García Márquez. Acontecimientos que ocurren cuando los grupos sociales,
los hechos, se unen en un mismo espacio - tiempo. La realidad de ese viernes,
quince de agosto de 2014, es que en la Plaza de la Libertad de la Iglesia de la
Trinidad, el conversatorio poético estaba ocurriendo, como ocurre en la Plaza
de la Iglesia Nuestra Señora de los Dolores de Cájar, ambas son doradas y ambas
del mismo siglo. En Cartagena de Indias llena de vida, con olor de gente y
tiempo, de sabores intensos. Cantos de Ave
María, mientras afuera algún poeta transgresor y atrevido, leía sus textos
de protesta, contra el poder y la iglesia, las instituciones y sus avaricias.
Pasó
de nuevo el mendigo cómo una ráfaga, y ladro también el perro, y el viento nos
mecía en armonía, de palabra, recital y boda, de fiesta engalanada. Congregados
a ser testigos invitados al discreto enlace matrimonial. Del templo salieron
tres madrinas y dos viejos. Actos unísonos en un mismo escenario, la comedia de
la propia vida, mundos paralelos en encuentros surrealistas, de recital, pueblo
y boda, al unísono.
Al
salir, los recibimos con vítores, con un fuerte aplauso y las voces levantaron
un gran -¡Vivan los novios! Hubo pétalos al viento, hubo risas y fotos, había salido
la novia coronada de luces y flores. Habíamos
sido testigos de las bodas de Getsemaní con el intercambio de alianzas, con los
anillos de oro.
Las
mariposas de mis velos, echaron a volar como ángeles y se apostaron a mis pies atando mis pasos a la
isla imaginada, un día de risas y sueños. Y grite: ¡Viva la poesía y vivan
los novios! ¡Que vivan!
Voló
el ramo sobre el altar poético y cayó en manos de la poeta, para seguir labrando
versos.
Rescatamos
día a día los sueños, que son de nuestro imperio, y así formamos las tramas de
los nuevos senderos para llegar cada cual, y todos nosotros, a desenvolver el regalo
que no trae el tiempo y el destino.
Terminaron
los sagrados ritos, salieron los blancos novios. Nosotros los poetas también de
blanco, parecíamos campos de lirios. La atmosfera y su magia, embelesó los tres
ritos, los cultos dieron fin, a los sagrados matrimonios. En el recital de la
palabra, un conversatorio de lo imaginado en el imaginario del tiempo. De lo
que es y no es, de cómo sobrevive la cultura gracias a los gestos…
Crucé
el portal del tiempo esa noche de agosto 15, en la Plaza de la Libertad, en la
Iglesia de la Trinidad del Barrio de Getsemaní de Cartagena de Indias. Por un
instante quise imaginar lo que puede ocurrir ¿Y si esto sucediera en Cájar? Me di
respuesta; No, no puede suceder esta magia, sino nace del pueblo.
Ivonne
Sánchez Barea
Poeta,
Pintora y Escultora.
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